sábado, 31 de julio de 2010

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO

Del santo evangelio según san Lucas 12, 13-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
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En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: — «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: — «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: — «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: — «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.” Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.” Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

Comentario al Evangelio de este domingo, XVIII del tiempo ordinario,
redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm,
arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.

Alguien del público increpa a Jesús para que medie en una trifulca familiar a propósito de la herencia. Ese "poderoso caballero, don dinero", cupido de la codicia, es tremendamente seductor, y en las jaulas de sus señuelos han ido cayendo los hombres de todos los tiempos.

Jesús quiere, más allá de la disputa puntual que aquel suceso le planteó, desenmascarar el torpe chantaje que siempre supone el dios dinero, el ídolo del tener, la falsa seguridad de acumular. La conseja de la parábola de este Evangelio: "túmbate, come, bebe y date buena vida", la vemos corregida y aumentada, hoy igual que hace veinte siglos, por las consignas hedonistas, a las que nos empujan los adoradores de los nuevos becerros de oro: compre, consuma, cambie, aspire, goce, disfrute...

No es que Jesucristo y el cristianismo sean tristes y entristecedores, aguafiestas de la vida, pero ponen en guardia ante la propaganda fácil de una felicidad falsa. Se denuncia que poco a poco vayamos creyéndonos todos que el problema de nuestra felicidad depende de lo que tengo y acumulo. El problema viene cuando nos quitamos el disfraz del personaje y emerge la realidad de la persona, el drama viene cuando en el camerino de nuestra intimidad nos quitamos los maquillajes sociales y aparecen las arrugas de nuestra alma que habíamos camuflado bajo tantas apariencias.

Y cuando los profetas del consumo van llevando nuestra insatisfecha sociedad al jardín de las delicias de dios dinero; y cuando logrado el objetivo propuesto de adquirir o disfrutar de lo que se nos prometía lo último de lo último, seguimos masticando la tristeza y el hastío; y cuando en esta interminable espiral de ansiedad constatamos que nos falta demasiado para vivir felizmente; y cuando entrando al trapo del consumo, del dinero y del placer inhumano, lo que mayormente conseguimos es agobio, vanidad, enfrentamiento, ansiedad, injusticias, deshumanización... etc, entonces miramos los cristianos a Jesús, como aquellos otros hicieron hace dos mil años, y creemos que la única riqueza que no mancha, ni corrompe, ni ofende, ni destruye, es esa de la cual hablaba Él: "no amasar riquezas para sí, sino ser rico ante Dios".

Entonces, a la luz de este Evangelio, comprendemos que efectivamente Jesús no es rival de lo bueno, ni de lo bello, ni de lo gozoso, pero sí es implacable contra todo intento deshumanizador que pretende comprar y vender la felicidad y la dicha, bajo una bondad, una belleza y una alegría que son falsas, sencillamente falsas.

viernes, 30 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 14, 1-12

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://home.tiscali.nl/annejan/swf/timeline.swf

En aquel entonces oyó el tetrarca Herodes la fama de Jesús, y les dijo a sus cortesanos: —Éste es Juan el Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él esos poderes. Herodes, en efecto, había apresado a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: “No te es lícito tenerla”. Y aunque quería matarlo, tenía miedo al pueblo porque lo consideraban un profeta. El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y gustó tanto a Herodes que juró darle cualquier cosa que pidiese. Ella, instigada por su madre, dijo: —Dame aquí, en esta bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales ordenó dársela. Y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Trajeron su cabeza en la bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre. Acudieron luego sus discípulos, tomaron el cuerpo muerto, lo enterraron y fueron a dar la noticia a Jesús.

Hasta los dominios de Herodes llegó, Señor, la fama que te rodeaba. Fama que iba creciendo por momentos. Tal vez por eso, Herodes, un buen día, convencido de poseer la verdad de las cosas, hizo unas manifestaciones sobre Ti.

No sé si en la terraza o en el salón de recepciones, dijo que Tú eras Juan Bautista, que había resucitado y que por eso tenías tantos y tales poderes. Y, en ese momento, salió a cuento la muerte de Juan.

Lo de la prisión, las cadenas, la cárcel. Y Herodes refirió lo de su cumpleaños, lo de la danza, lo del juramento, lo de la decapitación; el entierro posterior.

Y ahora, Herodes, más viejo y más poderoso, se atrevía a decir que Tú, Señor, eras Juan, que había revivido. Se ve que había pasado más de una noche en vela, con remordimientos, con pesadi-llas. Y le quería vivo —a Juan— para olvidar realidades, para olvidar hechos consumados.

jueves, 29 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 13, 54-58

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Y al llegar a su ciudad se puso enséñales en su Sinagoga, de manera que se quedaban admirados y decían: —¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: —No hay profeta que no sea menospreciado sino en su tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros por su incredulidad.

Cumplida la misión, presentadas las parábolas, te marchaste de allí. Tras una caminata, más o menos larga, llegaste a tu ciudad; al lugar que tanto querías, donde te habías criado y donde tantos recuerdos y tantas amistades guardabas. Estabas en tu casa.

Y, como habías hecho en otros lugares, aquí también te pusiste “a enseñar en la Sinagoga”. Todos quedaron admirados. Te sabían sabio, pero no tanto; te creían conocedor de la escritura, pero no en esa medida. Y decían: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes?

Echaban números y no les salían las cuentas. Te habían visto asistir a la Sinagoga, conocían a tu padre adoptivo, José, el carpintero; conocían a tu madre, María, y a toda tu familia; nadie era tan sabio, ni tan influyente. Y una y otra vez decían: ¿De dónde le viene todo esto?

Y algunos —no sé si muchos— se escandalizaban de Ti. Se arrugaban en su envidia. Entonces Tú, Señor, les dijiste a boca llena: no hay profeta que no sea menospreciado en su tierra y en su casa. ¡Qué cosas, Señor, qué cosas!

Y, como respuesta —dice el evangelista—, no hiciste allí muchos milagros; algunos sí, quizás bastantes, pero no muchos. Causa: su incredulidad, su falta de fe, su falta de correspondencia. Ayúdanos, Señor, a creer, a esperar, a amar.

miércoles, 28 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 13, 47-53

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  
http://www.diocesisgetafe.es/
 
»Asimismo el Reino de los Cielos es semejante a una red barredera que se echa en el mar, recoge toda clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y se sientan para echar lo bueno en cestos, mientras lo malo lo tiran fuera. Así será al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto? — Si — le respondieron: Él les dijo: —Por eso, todo escriba instruido acerca del Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. Cuando terminó Jesús estas parábolas se marchó de allí.

Si las labores del campo eran conocidas por Ti, Señor, no lo eran menos las del ambiente de los pescadores. Junto a redes llamaste a algunos de tus discípulos, entre barcas y remos hiciste muchos milagros; desde la orilla del mar predicaste tu mensaje; anduviste por sus aguas, calmaste las tempestades. Agua, barcas, redes.

La “red barredera” es esa red que “recoge toda clase de peces”. Así es el Reino de los cielos. Como una enorme red donde caben todos los hombres de la tierra. Y, cuando la red está llena, la arrastran a la orilla. Entonces viene la elección: los buenos y los malos.

Así será al fin del mundo. Cuando la red de la historia se acabe y terminen las faenas, quedará el trabajo de la selección. Llegarán los ángeles, separarán “a los malos de entre los justos”. Tú, Señor, sabrás cómo será aquello. Nosotros no podemos imaginarlo.

Lo del horno de fuego, lo del llanto y el rechinar de dientes se engancha en mi entendimiento como la maleza del mar entre las redes del pescador. Parecen algo inútil, pero allí están. ¡Qué misterio, Señor! Los discípulos a la pregunta: ¿Habéis entendido todo esto?, dijeron que sí.

Mientras llega esa hora, intentaremos cumplir la última recomendación: sacar del tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. Como un buen hombre, como un buen amo de su casa.

martes, 27 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 13, 44-46

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»El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo.
»Asimismo el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra.

“Con las parábolas del tesoro escondido y la perla, Jesús presenta el valor supremo del Reino de los cielos y la actitud del hombre para alcanzarlo. Hay ligeras diferencias en la enseñanza de ambas parábolas: el tesoro significa la abundancia de dones; la perla, la belleza del Reino. El tesoro se presenta de improviso, la perla supone una búsqueda”. “En todo caso, siempre se exige la generosidad por parte del hombre porque Dios “nunca falta de ayudar a quien por El se determina a dejarlo todo”. (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 1,2) .

He querido, Señor, iniciar esta reflexión con esta hermosa cita. Tesoro: abundancia, el cielo; la perla: belleza, del cielo, El tesoro: de improviso, de repente; la perla; búsqueda, toda una vida. ¡Reflexión personal!

¡Cuántas veces habremos oído narrar estas parábolas! Y siempre nos parecen nuevas. Vamos a parar un poco el reloj, el tiempo; pensemos en el tesoro; pensemos en la perla.

¿Qué hacemos por conseguir el tesoro, por adquirir la perla? ¿Vale la pena dejarlo todo, venderlo todo, jugárselo todo, por adquirir este tesoro, por conseguir esta perla?

Señor, cuéntanos de nuevo la parábola; dinos qué cosas debemos tirar por la borda, dinos qué objetos tenemos que quemar que nos estorban; dinos qué tenemos que destruir; dinos que asuntos tenemos que olvidar.

lunes, 26 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 13, 36-43

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Entonces, después de despedir a las multitudes, entró en la casa. Y se acercaron sus discípulos y le dijeron: —Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Él les respondió: —El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles. Del mismo modo que se reúne la cizaña y se quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad, y los arrojarán en el horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. Quien tenga oídos, que oiga.

Había sido aquel un día de mucha actividad. Gentes y más gentes llegadas de lejos hasta Ti. Unos para pedirte un favor, otros para implorar una ayuda; quienes a escuchar tu palabra; otros a esperar algún milagro de tus manos. Lo cierto es que llegaban hasta Ti, multitudes. La jornada había sido intensa. Al terminar, Te despediste de ellos.

Y al quedar Tú solo con tus discípulos, entraste en la casa a comentar con “los tuyos” algunas de las realidades vividas durante el día, a descasar un poco; a reponer fuerzas. Aunque a veces ni tus discípulos te dejaban descansar. Se acercaron y te pidieron les explicases un poco más la parábola de la cizaña, querían entenderlo mejor. Te habían escuchado pero algo no acababan de entender.

Tú, Señor, no pusiste ninguna traba, antes al contrario, de in-mediato comenzaste a explicarles la parábola de la cizaña. Y les hablaste del sembrador y la semilla; del campo y la cizaña; del momento de sembrar y también de recoger; de selección del grano bueno y la separación del fruto inútil; del triunfo y de la derrota.

Y les hablaste de Ti mismo como sembrador, y de tu palabra como simiente, y del mundo como campo; y del diablo como el enemigo; y de la cosecha y de la selección; de los ángeles como enviados del Padre, del terror y del fuego, de la vida eterna y del final sin premio, del llanto y del dolor.

Y añadiste: “el que tenga oídos, que oiga”. Poco después, os sentasteis a la mesa, y tras cantar o recitar algún salmo, comenzasteis a comer. Entre bocado y bocado todavía escucharías alguna pregunta, para aclarar alguna duda, para remachar alguna idea. Quizás así anduvisteis hasta entrada la noche.

Ahora cuando han pasado tantos años y en el campo de la Iglesia sigue existiendo la cizaña, las malas hierbas, necesitamos, Señor, que envíes a tus ángeles para que nos ayuden a separar y a distinguir, para ver las cosas claras.

domingo, 25 de julio de 2010

DÉCIMA SÉPTIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 13, 31-35

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Les propuso otra parábola: —El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo; es sin duda, la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y llega a hacerse como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas. Les dijo otra parábola: —El Reino de los Cielos es como la levadura que toma una mujer y mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó todo. Todas estas cosas habló Jesús a las multitudes con parábolas y no les solía hablar nada sin parábolas, para que se cumpliese lo dicho por medio del Profeta: Abriré mi boca en parábolas, proclamaré las cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.

Otra vez volviste, Señor, a las parábolas. Esta vez escogiste como tema el grano de mostaza y la levadura. Dos realidades pequeñas, sencillas, pero de las que se pueden extraer profundas enseñanzas.

El grano de mostaza es una semilla pequeña: las cosas grandes nacen pequeñas, luego crecen, se desarrollan, maduran, triunfan. Hay que tener fe en la semilla y en el sembrador. Lo mismo pasa con la levadura.

Tal vez, Tú, Señor, habías plantado algún grano de mostaza en el huerto de Nazaret; a lo mejor fue José el que te enseñó a hacer el hoyo; a tratar la semilla, a esperar, a contemplar más tarde el arbusto crecido y lleno de ramas y lleno de pájaros.

Acaso viste a María, tu Madre, tomar la levadura, hacer la masa en la artesa y mezclar la masa con la levadura. Y acaso fue ella, tu Madre, la que te hizo ver su fuerza y su valor. Entonces, Tú, Niño, Joven, observabas; ahora, hombre maduro, aplicabas la lección a cosas más sublimes.

Ahora explicabas con detalle el valor del Reino, y decías: el Reino de los cielos es como un sembrador, es como un grano de mos-taza, es como la levadura, como la cizaña, es..... Señor, háblanos en parábolas, explícanos verdades fuertes con parábolas sencillas.

sábado, 24 de julio de 2010

SOLEMNIDAD DE SANTIGO APOSTOL
Del Evangelio según San Mateo (20, 20-28)

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK 
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En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: —¿«Qué deseas?» Ella contestó: —«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. » Pero Jesús replicó: —«No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? » Contestaron: —«Lo somos.» Él les dijo: —«Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.» Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: —«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.»

Celebramos hoy, domingo, la solemnidad de Santiago Apóstol. Esta año además con la circunstancia de ser año santo compostelano. Desde distintos lugares de España, de Europa entera, llegan peregrinos a Santiago. Se ha dicho y con razón que Europa nació peregrinando. Roma, Jerusalén y Santiago eran las metas del aquel andar cristiano.

Nuestro pueblo no sólo tiene una historia salvífica que contar, sino también una geografía de salvación que recorrer. Por eso, todos nosotros queremos, deseamos ir a Santiago. Y a Santiago iremos, al menos con el espíritu, con el júbilo del año santo compostelano, recorriendo los caminos que nos hablan de otros peregrinos que han surcado esos senderos.

Iremos jubilosos por el camino, con el bastón y la mochila de un equipaje ligero, sabiendo que nuestros pies peregrinos tienen como meta de su esfuerzo llegar al destino mismo que moviera al Apóstol Santiago: Jesucristo.

Y aunque es verdad, que pasan los siglos y somos diferentes en tantas cosas, sin embargo tenemos en común la misma fe, el mismo maestro, y la misma meta. Y hacia ellas caminamos.

Por eso, tengamos la edad que tengamos, sea cual sea ahora nuestra circunstancia, la hechura humana de la que estamos hechos el deseo de felicidad, de paz, no ha cambiado con el paso de los siglos, por más que sean otros los desafíos, distintas las dificultades y diferentes los desvaríos.

Y aunque parece que todo cambia, tenemos en común algo que es esencial a la humanidad, el amor de Cristo, la Cruz que el mismo Señor quiso abrazar y darle un destino feliz.

De esto fue testigo el Apóstol Santiago, y en esto él nos ayuda y acompaña, ayudándonos a entender que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Caminante son tus huellas // El camino nada más; // caminante no hay camino // se hace camino al andar.

Al andar se hace camino // y al volver la vista atrás // se ve la senda que nunca // se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino // sino estelas sobre el mar. // ¿Para que llamar caminos // A los surcos del azar...?

Todo el que camina anda, // Como Jesús sobre el mar. // Yo amo a Jesús que nos dijo: // Cielo y tierra pasarán

Cuando cielo y tierra pasen // mi palabra quedará. // ¿Cuál fue Jesús tu palabra?  // ¿Amor?, ¿perdón?, ¿caridad?

Todas tus palabras fueron // una palabra: Velad. // Como no sabéis la hora  // En que os han de despertar,

Os despertarán dormidos // si no veláis; despertad.

viernes, 23 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 13, 24-30

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Les propuso otra parábola: —El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo de la casa fueron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: «Algún enemigo lo hizo». Le respondieron los siervos: Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: «No, no vaya a ser que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero».

Tras un breve descanso y un paseo por los campos sembrados de cereales, les propusiste a tus discípulos otra parábola. Todos llevaban en la retina de sus ojos algún sembrado cercano, en los que habían visto crecer la buena semilla y la cizaña.

Les dijiste: ¡qué hermoso es un campo sembrado de buena semilla! ¡y más, cuando suavemente nacen las puntas, crecen los tallos, brotan las espigas; y mucho más se alegra el labrador, cuando al fin se recoge la simiente en los graneros. ¡Pero qué triste es observar que con las espigas han crecido también malas hierbas, la cizaña!

Ante esta realidad, les abriste los ojos a tus discípulos. Les dijiste que el enemigo siembra la cizaña, que hay que tener paciencia, que no conviene precipitarse, que ya llegará el momento de la siega, que entonces se la separará.

¡Espléndida comparación! En el mundo de los hombres, existe el trigo y existe la cizaña; la libertad y el fracaso. ¡Misterio! Al fin de cada vida humana existirán gavillas quemadas o almacenes repletos de grano.

Nos conviene leer otra vez la parábola; escuchar de nuevo tus explicaciones; confiar en Ti; y fiarnos menos de nosotros y más de tu gracia. Aprendamos a pedir sol, agua y paciencia. Y sol que dé calor a nuestros actos; agua que purifique nuestras limitaciones, y paciencia para sembrar de nuevo.

jueves, 22 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 13, 18-23

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK 
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»Escuchad, pues, vosotros la parábola del sembrador. A todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la palabra, y al momento la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta.

Señor, qué cariño mostraste a “los tuyos”. Cómo te desviviste por tus Apóstoles! Habías terminado de explicar a la gente la parábola del sembrador, y ahora lo hacías para ellos solos. ¡Con qué atención te escucharían!

Les dijiste: al que no entiende la Palabra de Dios, apenas le dura su fuerza; el enemigo le roba la Palabra de su corazón; el que no tiene raíz no recogerá frutos; al que se olvida de lo principal se le ahogan los propósitos; sólo producirá fruto lo acogido en buena tierra: ciento, sesenta, treinta.

Aunque todo estaba claro, todo era un misterio. Buen sembrador, buena semilla y tanto riesgo. Sólo la tierra buena daría buenos frutos. ¿Quién había preparado la tierra? ¿Por qué tantas clases de tierra? ¿Por qué tantas diferencias?

Señor, siéntate aquí junto a nosotros y explícanos de nuevo la parábola. O mejor, voy a sentarme junto a Ti y voy a escuchar en el silencio tu nueva explicación. Y luego, si no entiendo, te volveré a preguntar, y si no, otra vez, qué más da. Lo importante es haber es-tado junto a Ti un buen trato.

Con perseverancia algo cosecharemos: treinta, sesenta, ciento. Medidas humanas. El mejor amor es amar sin medida; la mejor cosecha es la que no se mide en la tierra.

miércoles, 21 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O. JUEVES SAN MATEO 13, 10-17

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.arrakis.es/~casasacer/

Los discípulos se acercaron a decirle:
—¿Por qué les hablas en parábolas?
Él les respondió:
—A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha concedido. Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo con parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
Con el oído oiréis, pero no entenderéis,
con la vista miraréis, pero no veréis.
Porque se ha embotado el corazón de este pueblo,
han hecho duros sus oídos,
y han cerrado sus ojos;
no sea que vean con los ojos,
y oigan con los oídos,
y entiendan con el corazón y se conviertan,
y yo los sane.
»Bienaventurados, en cambio, vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Porque en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que estáis viendo y no lo vieron, y oír lo que vosotros es-táis oyendo y no lo oyeron.

El trato mutuo con tus discípulos y, sobre todo, tu amabilidad hicieron que su confianza contigo creciera cada vez más. Te contaban sus preocupaciones, sus alegrías, te formulaban preguntas. Preguntas, en ocasiones, importantes; en otras, curiosas o de mera cortesía.

Te escucharon narrar parábolas a las gentes, y ellos observaban que Tú disfrutabas al contarlas y que la gente sacaba de ellas sus consecuencias. Mas un día te preguntaron: ¿por qué les hablas en parábolas?

Y Tú, Señor, respondiste: “A vosotros se os ha concedido con gracia el conocer los misterios del reino de los Cielos”. Venías a decirles que ese conocimiento no obedecía a méritos propios, sino que era un don, un regalo. Y que tal gracia exigía tal respuesta. Sin embargo, a otros no se les había concedido. Tampoco tenían ningún derecho.

A continuación, Señor, pronunciaste una frase desconcertante: “al que tienen se le dará y tendrá en abundancia; pero el que no tiene incluso lo que tiene se le quitará”. No sé si tus discípulos lo entendieron. Yo encuentro esta explicación: al que recibe el don, lo agradece, trabaja, coopera, se le dará más; al que no recibe el don, si lo recibe y se revela, se le quitará incluso lo que tiene que es su capacidad de tener, de recibir.

Después añadiste: les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. Y en ellos se cumple una profecía. Y citaste unas hermosas palabras del profeta Isaías 6, 9-10.

martes, 20 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 13, 1-9

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesisdeteruel.org/

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que hubo de subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas:
—Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó jun-to al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y dio fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga.

Un día más saliste de casa. Tras un recorrido, corto o más largo, llegaste a la orilla del mar. Y allí, tomaste asiento. Un olor a agua retenida y a pescado viejo llenaba el ambiente. Muy pronto, una gran multitud se reunió junto a Ti. El gentío, Señor, fue tan grande que tuviste que subir a una barca y desde allí hablar a las gentes que permanecían en la playa.

Y les hablaste de muchas cosas. Y lo hiciste en parábolas. Con gran maestría y con gran acierto presentaste la parábola del sembrador. Acaso estabas viendo, desde la barca, a uno de los sembradores que trabajaban en la ladera del monte. Si no ahora, seguro que los habías visto muchas veces y te habías fijado en sus movimientos acompasados y rítmicos.

No era de extrañar que supieses muchas cosas sobre la labor de la siembra: la fuerza de la semilla, de los granos que caen en el camino y de los pájaros hambrientos; del terreno pedregoso y el agostamiento por la falta de raíz; de los espinos y las dificultades que tiene el trigo para crecer entre ellos; de la tierra buena y las distintas cosechas. Lo sabías todo.

Terminada la narración, la frase de costumbre: el que tenga oídos, que oiga. Todos tenían oídos y todos habían prestado atención. Se trataba de querer llevarlo a la práctica, vivirlo, amarlo.

Han pasado muchos años. Los sembradores de trigo han cambiado de táctica. Todo se ha modernizado: máquinas, semillas, abonos. Hoy apenas si las simientes caen en el camino; hay menos piedras por los senderos y existen sustancias para matar las malas hierbas. Pero todo es aplicable. La tierra buena sigue dando distintas cosechas. Depende de los oídos y de la voluntad en querer oír.

lunes, 19 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 12, 46-50

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.izquierdo.nom.es/

Aún estaba él hablando a las multitudes, cuando su madre y sus hermanos se hallaban fuera intentando hablar con él. Alguien le dijo entonces:
—Mira, tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo.
Pero él respondió al que se lo decía:
—¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
—Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.

Una vez más, Señor, estabas rodeado de gente. Estabas hablando a las multitudes. Y, en ese momento, llegaron tu madre y tus hermanos. Querían hablar contigo. La cosa era difícil, pero alguien” te dijo: tu madre y tus hermanos están ahí fuera intentando hablar contigo. El intermediario se ve que insistía.

Entonces Tú le respondiste: ¿y quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Nadie dijo nada. Tenían claro que Tú, Señor, eras hijo único, también sabían “que hermanos quería decir parientes”; y conocían que María era tu Madre, pero nadie dijo nada.

Entonces Tú, Señor, extendiste tu mano y mirando a tus discípulos dijiste: “éstos son mi madre y mis hermanos”; es decir, vosotros sois de mi familia. Todos vosotros sois mi familia si hacéis lo que Dios manda, lo que Dios quiere. Eso es lo importante.

“Hacerse discípulo de Jesús —según el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2233— es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir”.

Parece que todos lo entendieron. Así lo entendió la Iglesia a lo largo de la historia. Lo entiende hoy y lo entenderá mañana.

domingo, 18 de julio de 2010

DÉCIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

LUNES SAN MATEO 12, 38-42

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesismalaga.es/

Entonces algunos de los escribas y fariseos se dirigieron a él:
—Maestro, queremos ver de ti una señal.
Él les respondió:
—Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. Igual que estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación en el Juicio y la condenarán; porque se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta que aquí hay algo más que Jonás. La reina del Sur se levantará contra esta generación en el Juicio y la condenará; porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta que aquí hay algo más que Salomón.

Cuando hablabas, Señor, no te cortabas la lengua. Decías las cosas claras, con firmeza, con amor. Les decías a los fariseos: “raza de víboras” y otras cosas por el estilo. Entonces algunos escribas y fariseos se dirigieron a Ti y te dijeron:

Maestro, queremos ver de Ti una señal. Queremos conocer si eres un hombre con autoridad o simplemente un soñador. Y la mejor prueba es que nos ofrezcas una señal. ¡Cuántas veces pedimos señales al cielo!

Y Tú les dijiste: os daré la señal de Jonás. Igual que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, estaré tres días y tres noches en las entrañas de la tierra. Pero ¡ojo!, Nínive y la Reina del Sur os pedirán cuentas.

Y les anunciaste la señal. Y, aunque no se cumplió al instante, sí se cumplió años después. De momento -les bastaba-, les dijiste que Tú eras más que Salomón, que eras hombre y eras Dios.

Señor, a pesar de tantas pruebas no acabamos de escuchar, no acabamos de entender. Nos resistimos, nos revelamos. Hoy te pido para mí y para todos los hombres que sepamos descubrir la señal de tu presencia que pasa cada día a nuestro lado.

sábado, 17 de julio de 2010

XVI Domingo del tiempo ordinario
Ciclo C. Evangelio según san Lucas
10, 38-42



CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.opusdei.es/

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: —«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: —«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Nos dice el Evangelio de hoy que Jesús en cierta ocasión se hospedó en Betania, en casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro. No fue esta la única vez. Allí acudió, a estar con los tres hermanos, otras veces según lo refiere San Juan. Se encontraba Jesús a gusto con aquella familia que le ama con sencillez y generosidad. Había en aquella familia calor de hogar, un ambiente de sosiego, de paz, de dicha serena y entrañable.

Con razón se ha considerado el hogar de Betania como un modelo para los hogares cristianos que, según la predilección de Jesús, debería parecerse al hogar de Nazaret.

Procuremos que nuestro hogar tenga ese calor de familia bien avenida, que sea un lugar en el que guste estar y vivir, un sitio para descansar y recuperar fuerzas, un rincón íntimo de nuestra vida en el que encontramos cariño y comprensión, consuelo y ánimo para la lucha y el trabajo de cada día, y descanso para las fatigas que la existencia humana acarrea.

Nos fijamos en Marta y María. Dos personas que a pesar de ser hermanas no eran iguales, eran distintas. Marta, nerviosa, inquieta, se preocupaba demasiado de las cosas materiales, se angustia porque no llega a lo que ella quería.

María por el contrario, tranquila y de carácter sosegado. Sólo cuando le dicen que el Señor está fuera y la llamaba se levanta y acude a Jesús... Y mientras Marta va de un lado para otro, María escucha arrobada las palabras del Maestro.

Dos actitudes distintas. Dos actitudes que han quedado en la vida espiritual como modelos de la vida contemplativa y la vida activa.

Dos actitudes que lejos de ser contradictorias, podemos afirmar que son dos facetas de la vida espiritual que se complementan.

Podemos vivir una intensa vida de oración, ser contemplativos y al mismo tiempo podemos trabajar sin descanso por el Reino de Dios.

Podemos estar metidos en el corazón del mundo con el ejercicio de una profesión determinada, y al mismo tiempo estar de continuo estrechamente unidos a Dios.

Vivir estas dos realidades, puede parecer imposible, o por lo menos muy difícil, pero lo cierto es que es eso, en definitiva, lo que enseña la Iglesia.

Esto es lo que nos enseña la Constitución "Lumen gentium" del Vaticano II cuando nos habla de la unidad de vida, y nos exhorta a no vivir una vida cara a Dios y otra cara a los hombres, sino que esa vida de cada día, la que se desarrolla en una actividad cualquiera, esté siempre marcada y sostenida por una unión íntima con Dios, gracias a una vida espiritual sólida, alimentada con la oración y la mortificación, con la frecuencia de sacramentos que haga posible vivir habitualmente en gracia de Dios.

Marta y María: Oración y trabajo. Unidad de vida.

viernes, 16 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA
DEL T. O. SÁBADO
SAN MATEO 12, 14-21

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK   http://www.irabia.org/

Al salir, los fariseos se pusieron de acuerdo contra él, para ver cómo perderle.
Jesús, sabiéndolo, se alejó de allí, y le siguieron muchos y los curó a todos, y les ordenó que no le descubriesen, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
Aquí está mi Siervo a quien elegí,
mi amado en quien se complace mi alma.
Pondré mi Espíritu sobre él
y anunciará la justicia a las naciones.
No disputará ni vociferará,
nadie oirá sus gritos en las plazas.
No quebrará la caña cascada,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que haga triunfar la justicia;
y en su nombre pondrán su esperanza las naciones.

Tu doctrina, tu enseñanza, tu vida, en ocasiones chocaba con la doctrina, enseñanza y vida de los fariseos. Como ahora choca con la de tantos. Y “se pusieron de acuerdo contra Ti, para ver cómo perderte”. ¡Qué misterio, Señor! ¡Viniste a salvarnos y trataban de perderte!

Y Tú que lo sabías todo, te alejaste de allí. Pusiste tierra de por medio. No querías pelea, ni disgustos. No había llegado tu hora. Pero algunos conocieron tu camino, te siguieron y Tú, Señor, compasivo, los curaste a todos. Sólo una condición impusiste: que no te descubrieran.

Y así se cumplió lo del profeta Isaías que había dicho que el elegido de Dios, el amado de Dios, anunciaría la justicia a las naciones. Y que lo haría sin disputas, ni gritos, ni algazaras en las plazas. Y, aunque aparentemente pareciera débil y manso, nadie quebraría su fuerza, nadie apagaría su fuego, nadie callaría su voz, nadie pararía sus pasos. Te llamarías vencedor. “Y en su nombre pondrán su esperanza las naciones”.

Pasó aquel día y nadie te descubrió, tampoco nosotros queremos hacerlo. Sólo decir con fuerza: gracias por tantos favores, gracias por tantas caricias, gracias por tantas gracias.

jueves, 15 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 12, 1-8

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

En aquel tiempo pasaba Jesús en sábado por entre unos sembrados; sus discípulos tuvieron hambre y comenzaron a arrancar unas espigas y a comer. Los fariseos, al verlo, le dijeron:
—Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado.
Pero él les respondió:
—¿No habéis leído lo que hizo David y los que le acompañaban cuando tuvieron hambre? ¿Cómo entró en la Casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que le acompañaban, sino sólo a los sacerdotes? ¿Y no habéis leído en la Ley que, los sábados, los sacerdotes en el Templo quebrantan el descanso y no pecan? Os digo que aquí está el que es mayor que el Templo. Si hubie-rais entendido qué sentido tiene: Misericordia quiero y no sacrificio, no habríais condenado a los inocentes. Porque el Hijo del Hombre es señor del sábado.

Señor, Tú siempre estabas de paso. Ibas de un lugar a otro. Siempre dispuesto a llevar el mensaje, siempre atento a hacer el bien, a curar enfermedades, a sanar los corazones. Esta vez caminabas por entre los sembrados; era sábado; tus discípulos arrancaban espigas, comían sus granos, mataban el gusanillo del hambre. ¡Qué estampa tan hermosa!

Pero no a todos gustó aquella acción. En efecto, los fariseos protestaron que tus discípulos hacían lo que no era lícito hacer en sábado: trabajar, desgranar espigas entre sus manos, mientras avanzaban por los sembrados.

Pero Tú, Señor, les respondiste que leyeran de nuevo lo que hizo David y acompañantes; aquello de los panes de la proposición; y les dijiste también que leyeran más despacio lo de los sacerdotes en el Templo.

Con estos recuerdos, les viniste a decir que Tú eras mayor que David, más santo que los sacerdotes, más justo que todos; y que tus discípulos sabían bien lo que hacían. Lo que ocurre es que ellos no entendían lo que significa misericordia quiero y no sacrificio, de lo contrario no habrían echado en cara a tus discípulos esos detalles.

Y terminaste diciendo con autoridad: “Yo soy Señor del sábado”. Nosotros lo creemos y tratamos de seguirte. Ayúdanos, protégenos de los ojos críticos, de la intolerancia.

miércoles, 14 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 11, 28-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

»Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.

No sé si fue a continuación de tu declaración solemne a los humildes o fue en otro momento, cuando pronunciaste, Señor, unas palabras que ensanchan el corazón y dan paz al alma. Son palabras sencillas, pero llenas de fuerza y compasión.

Te dirigiste a todos, a los fatigados y cansados, a los llenos de penas y de angustia, a todos los fatigados de recorrer la vida o de andar en búsqueda de la felicidad. En esas palabras, nos prometiste alivio, consuelo, paz, tranquilidad, sosiego.

Y a la vez, con elegancia, nos ofreciste una importante posibilidad: Llevar tu yugo, tu cruz, tu carga; no la nuestra, sino la tuya. Tuya, porque en realidad el peso de la cruz lo llevas Tú; a nosotros nos toca seguirte, arrimar un poco el hombro, caminar a tu lado.

Y todo habrá que hacerlo con sencillez, con mansedumbre, a tu estilo. Sin algaradas, sin voces, sin atolondramientos. Llevar la cruz de cada día, la carga de cada jornada; el yugo de cada mañana y de cada tarde. Sin dar lugar al cansancio.

Y nos prometiste que en Ti encontraríamos descanso y paz, sosiego y tranquilidad. Del cuerpo y del alma, de lo material y de lo espiritual. ¡Algo del cielo en la tierra! ¡Algo del premio en la lucha!

Y terminaste así: “porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Y aunque a nosotros, a veces, no nos parece ni tan suave, ni tan ligera, tu Palabra es verdad. ¡Quizás nosotros hablamos de otras cargas, no de las tuyas!

martes, 13 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 11, 25-27

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.unav.es/

En aquella ocasión Jesús declaró:
—Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.

¡Cuántas ocasiones tuviste, Señor, para hacer grandes declara-ciones, para fijar tu doctrina en las tablas públicas de los pueblos, para levantar acta solemne de tus normas y leyes! ¡Pero no lo hiciste! No era ése tu estilo. No habías escogido el camino del espectáculo ni de la majestuosidad para darte a conocer.

Esta vez, Señor, sí declaraste algo. Pero no lo hiciste a bombo y platillo. Lo realizaste con humildad y llaneza. ¡Hasta tus destinatarios eran sencillos, los pequeños de la tierra! Tú, Señor, dueño de cielos y tierras, ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y te fijaste en los sencillos, en los pobres, en los humildes.

Ese era el querer del Padre y a eso habías venido: a cumplir su voluntad. Y fijaste este mensaje: “nadie conoce al Hijo sino el Padre ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo”.

Ten a bien, Señor, que te conozcamos a Ti, Hijo de Dios; que conozcamos al Padre, que conozcamos al Espíritu Santo; que conozcamos a la Santísima Trinidad.

Por nuestra parte, este es nuestro programa: creer en el Padre, creer en el Hijo y creer en el Espíritu Santo; esperar en el Padre, esperar en el Hijo y esperar en el Espíritu Santo; amar al Padre, amar al Hijo y amar al Espíritu Santo.

lunes, 12 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 11, 20-24

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.spiritusmedia.org/

Entonces se puso a reprochar a las ciudades donde se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido:
—¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Sin embargo, os digo que en el día del Juicio Tiro y Sidón serán tratadas con menor rigor que vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso serás exaltada hasta el cielo? ¡Hasta el infierno vas a descender! Porque si en Sodoma se hubieran sido realizados los milagros que se han obrado en ti, perduraría hasta hoy. En verdad os digo que en el día del Juicio la tierra de Sodoma será tratada con menos rigor que tu.

También a Ti, Señor, alguna vez —es un decir— se te acababa la paciencia. Dale que te pego explicando las cosas y, al final, nada. Ni enterarse, ni enterarnos. ¡Qué paciencia, Señor, tenías con ellos y qué paciencia también tienes con nosotros!

Reprochaste a las ciudades en las que habías predicado tantas veces y en las que habías hecho tantos milagros, que por qué, habiendo oído y visto tantas cosas, no se habían convertido. ¡Qué misterio, Señor! ¡Qué misterio!

Y proferiste algunos ayes. Contra Corozain, contra Betsaida, contra Cafarnaún, ciudades preferidas por Ti y en las que tantos ratos habías pasado. Y, sin embargo, nada. Peor que Tiro y que Sidón; peor que Sodoma, que no habían recibido tantas caricias. Y tus ayes, Señor, sonaban a aviso, a acusación, a advertencia.

También nosotros, cristianos de hoy, que hemos recibido tantas gracias, que hemos escuchado tus serios avisos, tus amables advertencias, tus fuertes reprimendas, no te seguimos con garbo, no te entendemos con prontitud; no nos convertimos del todo.

Y también con nosotros —es un decir— se te acaba la paciencia, te molestas, te entristeces, sufres. ¡Qué duros de corazón somos a veces; qué tardos para entender, qué lentos para actuar; qué flojos para seguir tus pasos!

Señor, ten misericordia de nosotros; espera un año más; danos una nueva oportunidad.

domingo, 11 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 10, 34 - 11,1

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://www.torreciudad.org/

»No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. los enemigos del hombre serán los de su misma casa. »Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará. »Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa. Cuando terminó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Tú, Señor, siempre amaste la paz. Te llamaron Príncipe de la paz. Cuando naciste, los ángeles cantaron: gloria a Dios en el cielo y en la tierra al hombre paz. Y, ahora, dices que no has venido a traer paz a la tierra, sino espada. Más aún, dices que has venido a enfrentar a los componentes de la misma familia; que nuestros enemigos serán los que viven en nuestra propia casa; que el hijo estará contra su padre, la hija contra su madre, la nuera contra su suegra, en fin que habrá pelea, guerra, discordia.

Y señalaste, además, que quien ama a su padre o a su madre más que a Ti no es digno de Ti, y el que ama a su hijo o hija, más que a Ti, tampoco; y que si no tomamos tu cruz y te seguimos no somos dignos de Ti; que si no nos empeñamos en encontrar la vida la perderemos; pero que si la perdemos la encontraremos.

Dijiste más: recibir a tus enviados, es recibirte a Ti, y recibirte a Ti es recibir al que te ha enviado. Luego, hablaste de la recompensa del profeta, de la recompensa del justo; de la recompensa de un vaso de agua fresca, de la felicidad.

Cuando terminaste de ofrecer estas enseñanzas, te fuiste de allí. Tenías que enseñar y predicar en otras ciudades. Y llegaste hasta la ciudad de mi alma. Quédate un rato —mejor, siempre— en mi ciudad y explícame estas instrucciones: lo de la paz, lo del enfrentamiento familiar, lo de amar más o menos; lo de la recompensa, lo de recibir a tus enviados..., explícame una y otra vez esto. Explícame todo, Señor. Tú tienes palabras de vida eterna.

sábado, 10 de julio de 2010

XV domingo tiempo ordinario 
Ciclo C Evangelio según san Lucas 
10, 25-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.diocesispalencia.org/

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
— «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo:
«Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó:
— «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo:
«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse. preguntó a Jesús:
— «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús dijo:
— «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.” ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayo en manos de los bandidos?»
Él contestó:
— «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús:
— «Anda, haz tú lo mismo.»

Hay cuestiones en la vida que, sin duda, tienen una importancia decisiva para el hombre. Pero de entre todas esas cuestiones hay una que sobresale por su importancia sobre todas las demás: la salvación eterna de uno mismo. De nada nos sirven todas las otras cuestiones, si perdemos para siempre nuestra alma. Por eso cambió de forma radical la vida de san Francisco Javier. El santo de Loyola le repetía una pregunta que, poco a poco, se fue clavando en el corazón joven y ardiente de Javier, hasta dejarlo todo y seguir a Cristo, y marchar al fin del mundo. Aquella pregunta resuena, también hoy, en nuestros oídos: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?

Este personaje, este letrado de la Ley, que se acerca a Jesús para tenderle una emboscada, formula sin embargo una cuestión que todos nos debemos plantear, al menos una vez en la vida: ¿qué tengo que hacer yo para heredar la vida eterna? Y, como este letrado, hemos de dirigirnos al Maestro por antonomasia, al único que de verdad lo es, a Cristo Jesús. Es verdad que no podemos esperar una respuesta dirigida de modo personal, a cada uno de nosotros. Pero también es cierto que nuestro Señor Jesucristo nos hace llegar su respuesta a cada hombre en particular, o través de la propia conciencia, o por medio de cualquier otra forma de comunicación.
El problema, por tanto, no está en que Jesús responda o no responda, sino en que el hombre pregunte con interés o no lo haga. La cuestión está, sobre todo, en que al oír la respuesta, la lleve a cabo con decisión y generosidad. Porque hay que tener en cuenta que, lo mismo que la promesa es única y formidable, también las exigencias que puede implicar suponen esfuerzo y abnegación. Dios, en efecto, nos promete la vida eterna, pero también exige que, por amor a Él, nos juguemos día a día nuestra vida terrena.

Jugarse la vida es amar a Dios sobre todas las cosas, con todas nuestras fuerzas, con todo el corazón y con toda la mente. Amar con un amor cuajado en obras, con un amor que no se busca a sí mismo, con un amor desinteresado y generoso, con un amor que sabe ver al mismo Jesucristo en el menesteroso, que no pasa de largo nunca ante la necesidad de los demás, sino que por el contrario, se para y averigua en qué puede ser útil al prójimo, al que está cerca de él, al alcance de sus servicios.

Es lo que hizo el samaritano de la parábola. Los otros, un sacerdote y un levita de la Antigua Alianza, se hicieron los desentendidos, dieron un rodeo para no acercarse tan siquiera a quien yacía en tierra herido y ultrajado. Es una parábola que de alguna forma se repite de vez en cuando. Ojalá nunca pasemos de largo ante el dolor ajeno. (Cf A.G.M.)

viernes, 9 de julio de 2010


Querido D. Esteban: Desde Pamplona mi más cordial enhorabuena. Que Dios le otorgue mil bendiciones y gracias para que nos ayude a todos sus diocesanos a ser fieles servidores del Evangelio. Pido por usted y por su futura tarea apostólica. Me encomiendo, desde ya, a sus plegarias y deseo ser altavoz de sus palabras. Como muestra cuelgo aquí, en mi blog, su cariñoso y entrañable saludo. Que el Cristo del Otero y Nuestra Señora de la Calle le acompañen y guíen siempre en su camino. Atentamente, JMC

Queridos hermanos en el Señor:
Hace tan sólo unos momentos, se ha hecho público en Roma mi nombramiento como nuevo Obispo de la diócesis de Palencia.
Mi primer pensamiento se dirige, en actitud agradecida, a Nuestro Señor Jesucristo, que me llamó al orden episcopal hace ya casi diez años y que se ha fiado de mí para continuar su obra de salvación como sucesor de los Apóstoles.
Con sentimientos de filial obediencia, agradezco a Su Santidad el Papa Benedicto XVI, el haberme escogido para apacentar la iglesia particular de Palencia, vaceante tras el traslado de su último Obispo, Monseñor José Ignacio Munilla, a la diócesis de San Sebastián.
Acojo el nombramiento con sentimientos encontrados de tristeza y de alegría. Tristeza por tener que abandonar la Archidiócesis de Valencia, donde he nacido, he vivido y he ejercido el ministerio sacerdotal hasta ahora. Y tener que dejarla precisamente en estos momentos, en que su Arzobispo, Don Carlos Osoro Sierra, con quien siempre me he sentido tan unido, nos había ilusionado con un ambicioso itinerario de renovación espiritual y pastoral diocesana, itinerario con el que yo me había identificado plenamente. A él y al Sr. Cardenal Don Agustín García-Gasco, Arzobispo emérito de Valencia, les debo la pequeña experiencia que tengo en el gobierno pastoral de una diócesis.
Tristeza también por tener que alejarme, siquiera circunstancialmente, de mi familia, de mis amigos, y de tantos sacerdotes, personas consagradas y laicos cristianos, con quienes he estado íntimamente unido durante muchos años y a quienes siempre tendré en el recuerdo y en mi corazón. En este sentido imito, aunque de lejos, la actitud del patriarca Abraham cuando el Señor le pidió que dejase su casa, su tierra y su parentela y se dirigiese hacia lo desconocido, hacia el país de Canaán. A todos ellos les doy las gracias por las muestras de cariño que me han dispensado y les pido disculpas por las veces que les habré ofendido.
Nací en Valencia y me siento orgulloso de pertenecer a esta tierra tan hermosa, bendecida por Dios y bajo la protección de la Virgen María, en su entrañable título de “Mare de Deu dels Desamparats”. A ella confío mi nuevo ministerio y desde ahora pido su constante protección.
Pero me marcho también con sentimientos de cristiana alegría, por sentirme enviado por el Señor para cumplir una nueva misión en su Iglesia. No conozco más que por lecturas y referencias la iglesia particular de Palencia. Se me ha indicado que voy a ser el Obispo número cien del episcopologio palentino. Ello me dice bien a las claras que soy el furgón de cola de un numeroso grupo de grandes Obispos que me han precedido y que he de esforzarme por continuar la obra apostólica que ellos han realizado a lo largo de la dilatada historia de la diócesis.
Y voy a ser Obispo en esa noble tierra de la vieja Castilla, reavivando así mis antiguas raíces castellanas. Mi padre nació en un pequeño pueblo de la Tierra de Campos, Vidayanes del Campo, en la cercana provincia de Zamora. Allí vivió también mi entera familia paterna y allí pasé temporadas de mi vida juvenil. Vuelvo ahora a la Tierra de Campos, donde vivieron mis antepasados.
Mi pensamiento se dirige ya hacia todos los fieles cristianos de mi nueva iglesia particular. Saludo cordialmente a su Vicario General, Don Antonio Gómez Cantero, así como a los demás vicarios, al Colegio de Consultores, a todos los que trabajan en la Curia diocesana, al Cabildo de su bella Catedral, a los sacerdotes de los arciprestazgos de Brezo, Campoo-Santullán, Ojeda, Valle, Carrión, Campos, Camino de Santiago, Palencia y Cerrato. Me pongo desde este momento a vuestro servicio y espero que, cuando vaya, me admitáis de corazón como centro de comunión de vuestro presbiterio. Hemos de ir consiguiendo entre todos lo que el gran Papa Juan Pablo II nos enseñó en su Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (nº 43).
Mi pensamiento se dirige igualmente hacia los seminaristas de la diócesis y hacia todos los consagrados, tanto a los dedicados a la vida activa como a los de vida contemplativa, que tan rica tradición tiene por esas tierras. Vuestra dedicación y vuestra oración serán fundamentales para que yo pueda continuar desarrollando la misión evangelizadora de los pastores que me han precedido.
Y mi pensamiento se dirige finalmente hacia todos los fieles laicos: catequistas, agentes de pastoral, padres y madres de las familias cristianas, jóvenes que sois la esperanza de la Iglesia y sobre todo los que sufrís por la enfermedad, el dolor moral, la marginación, la pérdida de libertad o la pérdida del trabajo. Os aseguro que mi oración os tendrá presentes a todos ante el Señor y os pido desde ahora que recéis por mí.
A las autoridades, fieles cristianos y ciudadanos todos de Palencia se dirige desde la ciudad del Turia mi cordial saludo, esperando merecer que algún día me consideréis un palentino más. ¡Hasta pronto! Que Dios os bendiga.
Valencia, 9 de Julio de 2010

+ Esteban Escudero
Obispo electo de Palencia
Décima Cuarta Semana del T. O.
SÁBADO
San Mateo 10, 24-33

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK    http://www.diocesispalencia.org

»No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su misma casa. No les tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.
»A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los Cielos.

Es posible que de entre tus discípulos, después de escuchar las anteriores instrucciones, alguno comenzara a preguntarse por qué habían de suceder estas cosas ahora, y por qué les había de suceder a ellos. En realidad, todos estaban dispuestos a cumplir su misión, pero todo aquello era misterioso, extraño.

Tú, Señor, con gran compresión y no menos piedad, les aclaraste la cuestión: no está el discípulo —les dijiste— por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Al discípulo le basta imitar a su maestro; y al siervo le sobra con parecerse a su amo.

Y entonces, poniéndote de pie y llamando la atención hacia tu persona, les dijiste: Si a Mí me han llamado Beelzebul, qué no os llamarán a vosotros; si a Mí me condenaron a muerte, qué extraño os condenen a vosotros. Recordadlo bien: Os llamarán de todo, pero fuera el miedo, fuera el temor; porque todo llegará a saberse, porque todo, en su día, quedará al descubierto. A vosotros, igual que a Mí, os corresponde cumplir la voluntad de Dios y predicar la Buena Nueva.

Luego, Señor, hablaste a “los tuyos” del alma y del cuerpo, de los pajarillos, de los cabellos de la cabeza, de la providencia divina; y terminaste tu intervención con estas alentadoras palabras: a todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Y otras más: “al que me niegue, yo le negaré.

Al final llegó el silencio. Cada uno se dirigió a su casa. Aquella noche, Señor, es posible que tus discípulos soñaran con espadas y cárceles, con coronas de triunfo y rincones de cielo. Nosotros, ahora, después de veinte siglos, escuchamos tus consejos, reflexionamos sobre ellos, y procuramos entenderlos.