sábado, 3 de abril de 2010

OCTAVA DE PASCUA
LUNES
SAN MATEO 28, 8-15  

Ellas partieron al instante del sepulcro con temor y una gran alegría, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y las saludó:
Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo:
—No tengáis miedo; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.
Mientras ellas se iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Se reunieron con los ancianos, se pusieron de acuerdo y dieron una buena suma de dinero a los soldados diciéndoles: Tenéis que decir: Sus discípulos han venido de noche y lo robaron mientras nosotros estábamos dormidos. Y en el caso de que esto llegue a oídos del procurador, nosotros le calmaremos y nos encargaremos de vuestra seguridad. Ellos aceptaron el dinero y actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los judíos hasta el día de hoy.

Aquellas dos mujeres, con temor y una gran alegría, corrieron a anunciar a tus discípulos lo que habían contemplado: el sepulcro vacío. De pronto, Tú mismo, Señor, saliste a su encuentro y les dijiste: “Alegraos”.

Ellas se acercaron, se postraron ante Ti, y se abrazaron a tus pies. Tú entonces victorioso y glorioso, les dijiste: no tengáis miedo, no os detengáis, id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán. ¡Qué consejos más hermosos: alegraos, no tengáis miedo y anunciad mi resurrección!

Mientras aquellas mujeres corrían, emocionadas, felices, algunos de la guardia comunicaron a los sumos sacerdotes lo ocurrido. Tras un breve diálogo llegaron a un acuerdo: les dieron una fuerte suma de dinero y les pidieron que dijeran que tus discípulos, Señor, fueron por la noche y robaron tu cuerpo mientras los soldados dormían y que nada pudieron hacer. Y, además, les advirtieron que estuvieran tranquilos que, si esto llegaba a oídos del Gobernador, ellos saldrían en su defensa. Nada había que temer.

Y así fue. Los guardias tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha difundido entre los judíos hasta el día en que San Mateo escribió esta página.

Ojalá, Señor, que tu resurrección produzca en nosotros buenos sentimientos: alegría: porque Tú, Señor, has resucitado; ausencia de miedos y temores, porque Tú, Señor, has resucitado; de ilusión para propagar esta verdad, en tu nombre porque Tú, Señor, has resucitado. Y dejar —misterio de la libertad— que otros se engañen con falsas razones.

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