sábado, 3 de abril de 2010


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SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
MARTES
SAN JUAN 3, 5-15

Jesús contestó:
—En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.
Respondió Nicodemo y le dijo:
—¿Cómo puede ser esto?
Contestó Jesús:
—¿Tú eres maestro en Israel y lo ignoras? En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él.

Para entrar en el Reino de Dios —dijiste a Nicodemo— había que nacer del agua y del Espíritu. Con estas dos imágenes le dabas a entender que es necesario nacer de nuevo. Nacer del agua y nacer del Espíritu. Sólo así se podía adquirir la categoría de hijo de Dios y la libertad necesaria para pertenecer a su familia.

Quizás Nicodemo abrió los ojos como platos o se echó las manos a la cabeza o se preguntó en voz alta qué significaba ¿nacer de nuevo? Tú, Señor, le dijiste: Nicodemo, amigo, “no te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo”. Fíjate en el viento, “sopla donde quiere y oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni a dónde va”. Pues así es todo el que ha nacido del Espíritu”.

De nuevo intervino Nicodemo. Ahora, con una pregunta ingenua: ¿Y eso cómo pude ser? Y Tú, Señor, dijiste: ¿y tú siendo Maestro de Israel lo ignoras? Y seguiste: Hazme caso, recibe mi testimonio. Ten fe en Mí. Y para que entendiera acudiste a la serpiente de bronce levantada por Moisés en un mástil y la comparaste con tu próxima crucifixión.

Lo mismo que eran curados los mordidos por las serpientes venenosas del desierto, cuando miraban a la serpiente de bronce, los que te mirasen a Ti, quedarían salvados.

Ayúdanos a mirarte con fe y esperanza.

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